TINO I, voz peculiar del castellano y el portugués, de origen incierto; pudo extraerse del verbo atinar, que significó primitivamente ‘apuntar a un blanco’, y éste probablemente se sacó del latino destĭnare íd., cuya sílaba inicial fué cambiada en a- por haberse percibido como contradictoria del significado de acierto que envolvía el verbo.
1.ª doc.: 2.º cuarto S. XV.
Fuera del cast., donde es voz de uso general, tino y su familia sólo se encuentran en portugués1. Aquí los sentidos son los mismos, y el primitivo ‘puntería’ está bien representado por la frase apontar hũa peça de artilharia ao tino do rumor «á parte, donde o rumor se ouve» que Bluteau señala en Freire de Andrade († 1667): «que os artilheyros, guiados pelo ouvido apontassem as peças ao tino do rumor». También «instinto natural, sagacidad natural que faz descobrir as coisas ignoradas», «a memória local que conservamos de noite e que nos guia andando ou fazendo alguma coisa ás escuras», que ya leemos en Mendes Pinto (h. 1560): «grandes luminárias de noite para que os que caminhƟo nƟo percƟo o tino de suas jornadas» (cita de D. Vieira); «o juizo natural», «o sensório comum» que ya encontramos en Sá de Miranda (h. 1530) y en Sá de Menezes (1634, citas de Bluteau).
La etimología no es nada clara. Está claro que hoy nadie defendería la idea de Covarr. de derivar tino del lat. TENERE ‘aguantar, mantener’, o la de Diez (Wb., 491) de partir del lat. TENUS ‘hasta’. Tampoco es posible la de Cornu (GGr. I2, § 7): TĔNŬE (INGENIUM) ‘talento delgado, sutil’, pues aun admitiendo que la E pudiera cambiarse en í por metafonía (como en tibio TEPIDUS o en igual AEQUALIS, aunque los más semejantes yegua y legua siguen otro camino), no se explicaría la -o final, y el aspecto semántico no presenta la menor verosimilitud. De desesperada calificarán todos la resolución de Cuervo (Dicc. I, 752a) de recurrir a un lat. *TէNNŬLUS «ruido blando», so pretexto de que atinar en Juan de Barros vale ‘dirigirse hacia donde se oye algo’ y recordando al tino del roído en el Victorial: pero esta base no conviene fonéticamente ni en ningún aspecto. A esa idea de Cuervo se adhiere sin embargo Spitzer, MLN LXXIV, 132, si bien reconociendo la probabilidad de que haya que partir del verbo atinar, derivado a su vez de una onomatopeya tin, en el sentido de ‘apuntar a la dirección donde se oye el tin’. No creo que haga prosélitos, tanto menos cuanto que no se ve por qué tenía que ser precisamente un sonido agudo; o por qué no tilin-tilin. En una palabra, hay que reconocer que todo el mundo andaba a oscuras en este problema.
Solamente por esta razón y por lo muy fácil de contentar que suele ser Meyer-Lübke en materia de etimologías arábigas podemos explicarnos que acogiera con tanta facilidad (REW 8740a) la ocurrencia que expuso Baist muy concisamente (ZRPh. XXXII, 46): tino vendría del ár. ƫîn ‘barro, arcilla’, de donde se habría pasado a ‘forma humana’ pensando en la creación de Adán y Eva, comp. ár. ƫîna ‘puñado de barro’ y luego ‘naturaleza, forma de la naturaleza’; en realidad esta última palabra es rara y puede dudarse de que jamás perteneciera al lenguaje vivo (falta Dozy, Beaussier, R. Martí, Dieterici, etc.; Freytag la cita solamente del dicc. del ?auharí), y desde luego es gratuito suponer que ƫîn o ƫîna hayan significado jamás ‘figura humana’ o ‘temperamento’, como sugiere Baist; aun suponiendo esto sería muy difícil comprender cómo se pudo pasar de ‘temperamento humano’ a ‘buen juicio’, y las frases sacar de tino o perder el tino tampoco muestran un camino practicable desde ‘barro’ hacia ‘tino’: insisto en que no hay referencia alguna de que sujetos de lengua arábiga o los escritores de esta literatura hayan aplicado ƫîn a la naturaleza humana (consúltese Dozy, Suppl. II, 81-82); a esto se agregan toda suerte de dificultades de orden fonético2, y así no es extraño que la etimología de Baist fuese recibida con frialdad general (no sé que nadie más se haya referido a ella)3.
Si se pensó en el árabe sería seguramente a causa de la -n- portuguesa, que sorprende no ver cambiada en -nh- tras i, aun cuando es palabra vieja [clásicos del S. XVI, Moraes] y con vida y semántica propias, que no coinciden del todo con las del castellano, sin apartarse mucho de éste4: lo cual sugiere que se trate de una palabra advenediza, y de ahí la idea de buscar en árabe. No tan desencaminado habría sido entonces echar mano del ár. dîn propiamente ‘costumbre’, ‘religión’, ‘ley’, que además llega a valer ‘poder’, ‘fuerza’, ‘obra’, y del cual proceden maestr. adí ‘lozanía, sustancia’ y and. dino ‘placer, satisfacción’ (AV: normalmente en la frase da dino ‘da gusto’, lo cual explica la pérdida de la a- del artículo), según indiqué en BDC XXIV, 59; para ello tropezaríamos, sin embargo, entre otras dificultades, con el cambio de d- en t-, y de ninguna manera saldríamos del paso refiriéndonos a adobe < ƫûb, que presenta el cambio contrario, pues éste se explica por la naturaleza especial del ƫ enfático.
¿Habría que volver a la etimología de Nebr.: lat. tĭgnum ‘vigueta’, ‘pedazo de leña’ suponiendo que se empleara un tignum para tirar al blanco? Sería menos arbitrario que las etimologías anteriores, y en el aspecto fonético sería tan fácil como la etimología sino < sĭgnum, a condición, claro está, de admitir un origen semiculto; así se explicaría la extrañeza fonética del portugués. Es verdad que emplear una ripia o vigueta para tirar al blanco no es lo más natural: lo corriente es emplear un disco (cast. rodela), un manchón de color (cast. blanco), un escudo redondo o cuadrado (ingl. target) u otros objetos que no sean de forma alargada, que es dificultar demasiado la puntería. Y lo que me deja escéptico es sobre todo lo siguiente: puesto que tignum > tino habría de ser un cultismo, deberíamos encontrarlo empleado con el sentido de ‘blanco’ ya en latín, sea en la Antigüedad o en las fuentes medievales, cuando nada de esto se ve en Du C. ni en los diccionarios del latín clásico.
En una palabra: si nos empeñamos en buscar el origen partiendo del sustantivo tino, habremos de declarar que el problema no tiene solución. Pero la actitud de Diez al conjeturar que tino pudo sacarse de atinar era bastante natural: no hay duda de que éste es hoy palabra mucho más frecuente que aquél, y de que lo mismo ocurría entre los clásicos es indicio el que tino no se halle en absoluto en el vocabulario de C. de las Casas, en el del Quijote, en el de Ruiz de Alarcón, ni me consta que figure en la Celestina (todos los cuales tienen atinar o al menos desatinar), mientras que no conozco autor clásico en que ocurra lo contrario.
Realmente el verbo atinar ha sido siempre palabra frecuentísima, y es notable lo corriente que es en la época antigua el sentido de ‘apuntar, tirar a un blanco’: «dízese lancea de balança porque atina quien la quiere lançar que se eguale el contrapeso del amiento mientra la menea» APal. (233b), «veis el blanco y el fin adonde atinan, / el pro y el contra, el interés y el daño» Ercilla (Rivad. XVII, p. 66), «más a qué parte iréis donde no atine / Némesis la soberbia con la honda» Villaviciosa (y otros en el DHist., 4 y 5); quedamos dentro de la misma idea fundamental cuando figuradamente se dice en el sentido de ‘referirse, aludir’, lo que es frecuente en el P. Las Casas: «tienen que de ciertas personas que escaparon del diluvio se poblaron aquellas sus tierras... pero parece que debía atinar a Noé y a su mujer Vesta»; o bien cuando se trata de ‘acertar, dar en el blanco’, como en Góngora: «ciego que apuntas y atinas, / caduco dios y rapaz, / vendado...» (a. 1580) Góngora (ed. Foulché I, 3). Sin embargo, es de notar la conciencia que había en los autores tempranos de que atinar era algo menos que acertar, o sea precisamente ‘apuntar’, ‘tratar de acercarse a un blanco’, de lo que tenemos pruebas muy repetidas en un autor de lenguaje tan tradicional y preciso como Juan de Valdés (h. 1535): «Algunas veces atinan y otras veces aciertan», «aunque en unos acertamos, en otros apenas atinamos», «aunque por soberbia no acertaron, atinaron en cierta manera por el discurso de la razón y del entendimiento», «yo no os sabría dar más que una noticia confusa, la cual os servirá más para atinar que para acertar» (citas de Cotarelo, BRAE VII, 286). Indudablemente otras acs. semejantes a las que hoy predominan, se encuentran ya en fecha temprana: me bastará citar un caso en APal. («cataprates es línea luenga con pedaço de plomo para atinar la fondura del mar») y las muchas que pueden agregarse de Cuervo, Dicc. I, 749-52 y DHist. A todo esto es cierto que tino aparece unos quince o veinte años antes que el primer ej. que tengo a mano de atinar (en Mingo Revulgo, a. 1464, copla 19, ed. Gallardo I, 833b), pero nótese que se trata de un solo autor, de suerte que estaremos ante una mera coincidencia; por lo demás desatinar, que presupone la existencia de atinar, es ya muy frecuente en el S. XV, desde mediados del mismo (Canc. de Stúñiga, Gz. Manrique, H. del Pulgar, Íñigo de Mendoza), con lo cual la diferencia se anula, y nótese que aquí también hallamos la ac. que supongo etimológica ‘hacer perder la puntería’: «que fué por desatinar / su enemigo principal» (I. de Mendoza, h. 1480, NBAE XIX, 43), aunque no dejamos de encontrar otras («¿cómo, desatinado, sabiendo quánto me va, Sempronio, en ser diez o onze, me respondías a tiento lo que más aýna se te vino a la boca?» Celestina, ed. Foulché 1902, p. 135; Bernáldez por la misma fecha dice que una tormenta hizo que las naves se desatinaran las unas con las otras, vid. Cej.; y V. otros ejs. tempranos en la ed. del Lazarillo, Cl. C., 1914, nota de la p. 101). También en portugués aparece muy pronto el verbo atinar (ya en la 1.ª mitad S. XVI, Moraes) y los primeros ejs. contienen la ac. ‘apuntar, dirigirse a una parte’: «ouviu rinchar hum cavallo, e atinando áquella parte... vio jazer dois cavalleiros» en el Clarimundo de JoƟo de Barros.
En una palabra, hay que reconocer que hay tantas o más razones para creer que tino se sacase del verbo atinar como de lo contrario, y que es llamativa la insistencia con que en fecha temprana aparece la ac. ‘apuntar’, ‘puntería’. Ahora bien, y puesto que ni tino ni atinar encuentran etimología por los medios normales, esto nos lleva naturalmente a pensar en el lat. destĭnare, que precisamente significaba, con bastante frecuencia, ‘apuntar, hacer puntería’: «non capita solum hostium vulnerabant, sed quem locum destinassent oris» Tito Livio, «adeo certo ictu destinata feriebat, ut aves quoque exciperet» Quinto Curcio, «destinare sagittas» ‘ad scopum dirigere’ Aureliano Víctor, «multos destinare, donec unus eligatur» Tácito, «quo densiores erant, hoc plura, velut destinatum petentibus, vulnera accipiebant» Tito Livio, etc. Este uso o uno muy vecino seguía siendo muy vivo en la baja época y entre los Padres de la Iglesia, pues no hay duda de que en Tertuliano vale ‘apuntar hacia alguno’ o ‘atacarle’: «hostem destinaturus», «quos nunc destinamus haereticos» (citas de Du C.).
Y así debemos considerar natural que destinar ‘apuntar’ pasara por vía culta al castellano y al portugués, pero era un verbo de apariencia demasiado contradictoria para hispanohablantes para que pudiera subsistir en romance sin modificación: todos percibían ahí el prefijo des- negativo y como esto les sugería la idea de ‘errar el blanco’ más bien que la de ‘apuntar’, fué rápida y universal la modificación de destinar en atinar, según el modelo de apreciar ~ despreciar, ascender ~ descender, atemprar ~ destemplar, acordar ~ discordar, apuntar ~ despuntar, asociar ~ disociar, asemejar ~ desemejar y tantos más. Bien sabido es que por este camino nacieron varios verbos castellanos: atacar extraído de (d)estacar derivado de estaca, atibar y atiborrar creados según estibar STIPARE, y otros todavía. La invención del nuevo atinar era, pues, natural y pronto había de generalizarse; mas por otra parte, existiendo cuer y corazón junto a acordar, precio junto a apreciar, punto junto a apuntar, era irresistible la inclinación a crear un tino, más «acertado» para el sentimiento lingüístico romance que el tradicional destino, que ya de todos modos tendría tendencia a cambiarse en desatino en una época en que desapego sustituía a despego, desahucio a desfucio, desahogo a desfogo, desarraigo a derraigo5.
¿Debemos mirar esta etimología como una certeza o considerarla sólo como una conjetura más? Si conjetura es habremos de ponerla entre las razonables, hasta que futuros investigadores prueben que se empleó destinar con el sentido de ‘apuntar’ en el castellano medieval. Que ahora no podamos documentarlo no es extraño cuando tan poca atención han prestado los investigadores, y yo mismo entre ellos, al estudio del léxico culto medieval. En francés antiguo y preclásico no son raros los ejs. de acs. muy próximas: destine y destin en el sentido de «dessein» en Renart de Beaujeu y Jean de la Taille, destinée ‘proyecto’ en Rabelais («sa fin et destinée estoit de conquester tout le pays»), le lieu destiné ‘el lugar adonde se dirigía’ en el mismo autor (y otros con el sentido de «décider, projeter» en Huguet y en Godefroy). No dudo de que a poco que se busque daremos con ejs. de destinar ‘apuntar’ en cast. o port. medievales, y a nadie podrá sorprender la gran fortuna de este cultismo en su forma alterada, cuando tan pronto y con tan rica evolución semántica lo encontramos también en su forma prístina: destinar o estinar es frecuentísimo en textos jurídicos, aragoneses y otros, desde el S. XIII, y no sólo en el sentido de ‘hacer testamento’ (muchos ejs. en Tilander), sino en cualquiera de las acs. latinas, como lo prueba este pasaje del Fuero de Teruel (S. XIII): «si... algún preso... se fuyrá, aquel andador que lo curiará... suffra aquella pena que al preso era destinada» (ed. Gorosch, § 124); finalmente en Rojas Zorrilla encontramos destinarse en el sentido de ‘dirigirse a un lugar’, tan vecino del de ‘apuntar’: «en un caballo sendas examino / y a la casa de campo me destino» (Rivad. LIV, 24b). No dudo que de haber sido poco leído el actor que esto recitaba, y de no haber mediado la coacción del metro, habría cedido a la tentación de cambiar esta frase diciendo «a la casa de campo atino»6.
DERIV.
Atinar [1464, V. arriba]; atino (raro). Desatinar [med. S. XV, Cuervo, Dicc. II, 970-2]; desatino [«Melibea es hermosa, Calisto loco e franco... su desatino e ardor basta para perder a sí e ganar a otros» Celestina, ed. Foulché 1902, p. 42].
1 En catalán, donde se dice esma (ant. esme), sólo el verbo atinar ha logrado penetrar [Lacavalleria, fin S. XVII], y casi sólo en el sentido de ‘ocurrírsele a uno hacer algo, acordarse de hacerlo’. Desde luego no es voz castiza, y todavía son muchos los que sólo emplean el genuino caure-hi. Como es natural ha logrado más arraigo en el País Valenciano, y en el Maestrazgo lo he oído en el sentido de ‘divisar, ver desde lejos’ (atine aquell mas?), que no se entendería en otras partes. En Onofre Pou (cuyo uso podemos considerar que responde al valenciano de la capital) ya en 1575 lo vemos en la acepción ‘adivinar’: «se ha de atinar lo que vol dir, conforme al que tracta» (Thes. Puerilis, p. 149). De todos modos, hay algún testimonio de atinar ‘tirar a un blanco’ en canciones de la Edad Moderna: «una matinada fresca vaig sortir per ’nà a cassar: / no trobo cassa ninguna per poderli atinar» (Romancerillo de Milá 317A3), pero la mayor parte de las versiones recogidas dan tirar (así ya en la ed. de 1853, n.º 57) y es sabido que hay mucha imitación castellana en los romances catalanes de la época.― ↩
2 La î tras consonante enfática se pronuncia muy abierta, y en romance aparece siempre convertida en e (comp. TAREA, BARRENA, etc.). En una palabra tan breve, y además masculina, sería muy sorprendente que no se hubiese aglutinado el artículo árabe: sin embargo, nunca encontramos *atino en el sentido de tino.― ↩
3 De insistir en partir de ƫîn habría sido más razonable referirse al sentido del verbo correspondiente ƫáyyan que en algún autor español significa ‘marcar el blanco con almagra o arcilla’ (Dozy, l. c.): sería, pues, concebible, aunque meramente supuesto, que ƫîn ‘arcilla’ tomara el sentido de ‘blanco de tirar’. Pero renúnciese a la idea en vista de las dificultades formales que señalo en la nota anterior.― ↩
4 En Galicia interesa, entre otras, la expresión dar tino ‘prestar atención’: «un polo que... nin as galiñas lle daban tino nin o galo seria quén de consentí-lo» Castelao 231.11.― ↩
5 No aseguraré que el destinar por ‘desatinar, perder el tino’ empleado repetidamente en el S. XVIII por Diego González (Cuervo, Dicc. II, 1177a), y admitido todavía como posible por la Acad., sea conservación del destinar etimológico, aunque no es idea que pueda descartarse.― ↩
6 Tino significa precisamente ‘dirección de la marcha’ en Juan de Padilla (1521), NBAE XIX, 396a: «breve se hizo mi largo camino / una montaña petrosa pasando, / según el Maestro llevaba su tino». También en Mingo Revulgo (1464) es ya ‘dirección’ («non guarda tino certero / dó se suele apacentar», copla XXII, ed. Gallardo I, 843a). ↩